Mujer


18 enero 2018

‘Por una sociedad libre de violencia de género’


En los siguientes vídeos, subidos a nuestro canal de Youtube, ofrecemos información útil destinada tanto a mujeres víctimas de violencia machista; como a aquellas personas que forman parte de su entorno.

Resulta de gran relevancia asumir, en la vida cotidiana, algunos hábitos de seguridad como pueden ser:

 


Fuente: Ministerio de Sanidad Servicios Sociales e Igualdad.



30 diciembre 2017

Muerta en vida


Capítulo 1: Bajo la piel de un “príncipe azul”

Mujer víctima de violencia de género, imagen vía ABC.es

Ángela (nombre ficticio) ha decidido contar a Aclad sus vivencias como víctima de violencia de género. Su finalidad es clara: “Quiero ayudar, en la medida de lo posible, a todas aquellas mujeres que están sufriendo un auténtico calvario, el mismo por el que he pasado yo”, afirma con convicción.

Al inicio de la conversación transmitía una actitud hermética. Parecía llevar consigo una coraza, con la que protegerse de sus aún patentes miedos. Tras recibir indicaciones sobre este reportaje, realizado bajo el más riguroso anonimato y respetando sus condiciones, de forma paulatina, no quedaba ya nada de aquella persona con carácter aparentemente férreo y distante que apenas 20 minutos antes había entrado por la puerta…

“Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”

Ángela comenzó la relación con su exmarido Diego (nombre ficticio) a los 21 años. “Era una persona encantadora, muy romántica y detallista: como un príncipe azul”, explica con detalle. La protagonista tuvo un noviazgo de cuatro años con este hombre. “Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”, afirma con rabia. Su pareja no la dejaba sola ni un instante, algo que a su familia le agradaba. “Qué buen yerno voy a tener, siempre pendiente de mi hija”, comentaba con frecuencia su padre; puesto que Ángela describe que Diego “era muy protector”. Ella estudiaba en la universidad y los fines de semana trabajaba de camarera, para así poder ayudar con los gastos de casa. Su novio permanecía en el bar de copas hasta el cierre y, a continuación, la acompañaba hasta su portal.

Con el paso del tiempo, sus amigas le dijeron que la notaban rara: vestía de forma más recatada, ya no era tan dicharachera y siempre daba largas a la hora de quedar para dar una vuelta o tomar algo… “Un día me preguntaron por el motivo de mi enfado”, confiesa. Pero la realidad era que no existía enojo alguno hacia ninguna de ellas, sino que Diego la aíslo completamente de todo su entorno y, también, la dijo en varias ocasiones que no vistiese tan extravagante porque parecía una furcia. “Solo me quería para él y ese comportamiento lo veía como una muestra de puro amor: de esos de película. Ahora es cuando me doy cuenta de todo lo que ha llegado a manipularme”.

La capacidad de transformar los “síes” en “noes”

Tras casi cuatro años de noviazgo decidieron irse a vivir juntos. Ángela ya había finalizado su carrera y encontró un trabajo relacionado con sus estudios. La empresa optó por realizarle un contrato indefinido, noticia que Diego no recibió con el júbilo que ella esperaba. “Fui corriendo a contarle la gran noticia pero, sin apenas escuchar todas las condiciones, me dijo que rechazara la propuesta porque con los ingresos que él generaba nos sobraba para vivir de forma airosa”. Él le argumentó que siempre habían soñado con tener hijos, por lo que si ambos trabajaban iba a ser complejo compaginar la vida familiar con la laboral. Asimismo, incidió en el hecho de que su jornada implicaba estar mucho tiempo fuera de casa y, como consecuencia, terminarían coincidiendo únicamente al final del día. Diego insistió en que era su reina y quería que viviera como tal. La protagonista reconoce que su novio era tan convincente y tenía tal poder sobre ella que era capaz de transformar sus “síes” en “noes” en cuestión de minutos. Su familia no comprendió tal decisión, máxime cuando el sueño de Ángela siempre había sido ejercer en algo relacionado con su titulación… Este hecho generó disputas, sobre todo con su madre, quien comenzó a desaprobar la actitud de su “yerno”. Veía que existía una relación “tóxica” y describía a su hija como “una marioneta que no era capaz de discernir, por sí misma, cómo tomar las riendas de su vida”. Ésto llegó a los oídos de Diego y fue tal su enfado que esos comentarios generaron un punto de inflexión en la armoniosa relación que mantenía con su familia política. “A partir de ese momento, siempre ponía trabas cuando le proponía visitarles. Ahora caigo en la cuenta de que me apartó de manera premeditada de ellos”, narra mientras comienzan a aflorarle lágrimas de sus ojos.

Al poco tiempo, Ángela se quedó embarazada. No tenía que guardar reposo alguno, puesto que todo marchaba bien; aún así apenas salía de casa en todo el día. Se dedicaba a realizar las labores del hogar; pero siempre estaba sola. En pocas ocasiones se puso en contacto con sus padres y hermanos, todo por miedo a represalias por parte de Diego… Un día la escuchó hablando con su madre y fue tal su enfado que la quitó el teléfono de las manos y colgó. “Se puso histérico y comenzó a dar puñetazos a la pared y a decirme que no le quería, que cómo podía seguir en contacto con una mujer que trataba de romper nuestra relación”.

Pese a su agresividad, desde que comenzaron su noviazgo, no le puso la mano encima en ninguna ocasión. Todos los hechos vividos se podrían catalogar como lo que los expertos denominan episodios de maltrato psicológico: chantajes, control, amenazas…

“Mi reina, no volverá a pasar…”

Los meses transcurrieron rápidamente y su pequeña Laura (nombre ficticio) llegó al mundo. Durante los primeros tres años la niña fue un motivo de ilusión y unión para la pareja, hasta que un día se produjo un suceso que cambió el rumbo de los acontecimientos… Cayó la noche y, como era habitual, Ángela estaba esperando a que Diego llegase de trabajar. Tenía todo a punto: la cena en la mesa y a Laura ya acostada. En esta ocasión, su habitual puntualidad brillaba por su ausencia. Optó por llamarle, pero su buzón de voz saltaba continuamente. “Comencé a preocuparme… Era casi la una de la madrugada y él siempre, ante cualquier imprevisto, me avisaba de que iba a llegar tarde. Se me ocurrió contactar con su compañero de trabajo, cuando de repente Diego apareció por la puerta.

Tras la respuesta, él le quitó el móvil de las manos y con amabilidad, e incluso entre bromas, se despidió de su compañero. Todo parecía normal, pero lo “inhumano” estaba aún por llegar… Al colgar, Diego comenzó a gritar como un energúmeno: “¿Qué pasa?, ¿has aprovechado que no estaba en casa para intentarte tirar a Félix “el soltero de oro” ?, ¿yo no te doy todo lo que tú quieres? Contesta, puta golfa…”. Ángela intentó explicarle lo acontecido, pero él no escuchaba e iba elevando su voz cada vez con mayor intensidad. De repente, la agarró con una fuerza descomunal del brazo, la empujó y fue tal la energía que brotó de su corpulento cuerpo que la tiró al suelo. La protagonista de este testimonio le pedía perdón incesantemente. “No sabía qué hacer, me bloqueé. Pensaba que llegados a esa situación su cólera había terminado”. Pero nada más lejos de la realidad, puesto que empezó a darle patadas en el costado, mientras le escupía y llamaba guarra. De repente, Laura se puso a llorar. Diego levantó a su pareja tirándola del pelo, sin el más mínimo escrúpulo, y la condujo a la habitación de la pequeña gritándola: “No vales ni para cuidar hijos. Eres una inútil”.

Acto seguido, se fueron a “dormir”, aunque Ángela no logró conciliar el sueño en toda la noche. Sus ojos permanecieron abiertos como platos. Se encontraba en shock, en estado de alerta… El tiempo transcurría tan lentamente que los segundos parecían horas, como que las agujas del reloj se hubiesen parado…

Finalmente, sonó el despertador. “Yo decidí hacerme la dormida. Lo curioso es que él, como cada mañana, se dio media vuelta y comenzó a abrazarme y a darme besos como que no hubiese sucedido nada…”, afirma entre suspiros.

Ángela continuó petrificada, no se atrevía a mirarle a los ojos. Sentía una mezcla de dudas, miedo, impotencia… Sin pensárselo dos veces, se levantó de la cama y le preguntó: “¿Qué te pasó ayer, por qué me pegaste?”. Él caminó lentamente hacia ella, sostuvo con delicadeza sus manos y con mirada de arrepentimiento le dijo: “Estabas tonteando con Félix y sé que ese tío siempre te ha parecido atractivo. Mi reina, no te enfades, entiéndeme… Sabes que no quiero perderte. No volverá a pasar”, concluyó con una leve sonrisa en su rostro y dándole un beso en la frente.

“Si le denunciaba, pensaba que mi hija nunca me perdonaría haber metido a su padre en la cárcel”

Por desgracia, sus palabras cayeron en saco roto… Con el paso del tiempo, la situación no se recondujo, sino que el ambiente cada vez se presentaba más turbio. Los insultos se normalizaron en el día a día. “Me llamaba zorra, guarra, me decía que no valía para nada, que era una vergüenza, que no sabía ni cocinar…”, detalla la protagonista. Y esas faltas de respeto ya siempre iban acompañadas de golpes, empujones, patadas, bofetadas… “Yo, al principio, cuando empezaba a alterarse trataba de calmarle, pero me di cuenta de que dijera una cosa u otra el efecto era el mismo; por lo que opté por callarme y aguantar lo que me viniera”. Y es que Ángela estaba convencida de que ella tenía, en gran parte, la culpa de lo que estaba sucediendo y, por ello, justificaba el comportamiento de la que en ese momento era su pareja.

Los días no transcurrían “en balde”. Las heridas visibles y las no tan perceptibles la iban pasando factura. Cada vez estaba más delgada no le apetecía comer y, como consecuencia, carecía de fuerza física. También, el hecho de no poder desahogar su angustia y contar su situación a alguien le confería un plus de inestabilidad. “Hubiese sido muy fácil coger el móvil y llamar a algún familiar o amigo para pedir ayuda, pero me daba vergüenza. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? No quería que nadie se enterase”.

Denunciar no entraba, ni por asomo, en sus planes. “¿Cómo iba a hacer eso? El día de mañana, mi hija nunca me perdonaría el haber metido a su padre en la cárcel”, explica la entrevistada quien añade que “no tenía nada ni a nadie tampoco para separarme, ¿de qué iba a vivir? Sin trabajo, sin hablarme con mi familia, sin casa…”. Ángela comenzó a sentirse mal en el transcurso de la entrevista, sus lágrimas se convirtieron en sollozos y empezó a hiperventilar. Aseguró encontrase bien para continuar con su testimonio, por lo que tras beber un poco de agua prosiguió…

 

Capítulo 2: Cuando sientes “dolor en el alma”

Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género. / msssi.gob.es

Un día, Diego la propuso casarse por lo civil. Ella, sin pensárselo dos veces, aceptó. “Teniendo una hija, consideré que era lo más acertado”, asiente. El enlace fue rápido y discreto. El sueño de Ángela de vestirse de blanco e ir del brazo de su padre hasta el altar se hizo pedazos. No obstante, decidió avisar a sus familiares más allegados para que fueran partícipes del acontecimiento. Su padre, emocionado ante tal noticia, no lo dudó ni un instante y fue el único que quiso estar presente ese día. A pesar de que todos ignoraban la situación en la que se hallaba la protagonista, víctima de malos tratos, no aceptaban a Diego y tenían claro que no iban a integrarle en su entorno.

Ángela preparó una cena especial para celebrar su “noche de bodas” y trató de ambientar la casa con un toque romántico: velas, pétalos sobre la cama, música de fondo… Aprovechó la ausencia de Diego, que iba a ir a ver un partido de fútbol con unos amigos, para poder preparar todo y tenerlo a punto cuando llegase. La niña se quedó a dormir con sus suegros por lo que, a priori, nada ni nadie podía interrumpirles la velada.

Antes de lo esperado, Diego llegó a casa. Un tremendo portazo, que hizo vibrar los cristales de la galería que comunicaba con la cocina, alertó de su presencia. Ángela se dirigió al salón para recibirle. Nada más verla montó en cólera y se puso a gritar. “¿Para qué cojones has invitado a tu familia a nuestra boda sin consultarme? Te gusta sacarme de mis casillas, ¿eh?”, voceó mientras cogía los objetos que iba encontrando en su camino y se los arrojaba. Ella no sabía cómo resguardarse, se agachó y anduvo a gatas para refugiarse tras el sofá. Él fue a su encuentro, la tendió la mano para que se incorporara y, acto seguido, le propinó un puñetazo en la cara. Ángela no logró esquivarlo, pero se mantuvo en pie. Corrió hacia el baño y puso el pestillo. Su corazón latía a un ritmo frenético. “No sabía qué hacer. Estaba colapsada y mi cuerpo no me respondía”, explica entre profundos suspiros; mientras recuerda la imagen de Diego aporreando la puerta del servicio, cada vez con mayor intensidad. Finalmente, consiguió derribarla… Durante unos minutos interminables, su marido le dio una patada tras otra. “Creí que me iba a matar, pero finalmente paró y se fue de casa”.

La entrevistada permaneció tendida en el suelo. La paliza la había dejado una gran mella física. Intentó utilizar la bañera para erguirse, pero era incapaz de articular movimiento alguno. “Por primera vez tuve un sentimiento que desconocía hasta ese momento: Me dolía el alma…Sigo sin saber describir con palabras aquella sensación que, por desgracia, se ha reiterado en mi vida en más ocasiones”. Esa noche “durmió” en el cuarto de baño. El agotamiento, la ansiedad y el estado de alerta al que estuvo sometida la pasaron factura.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, Diego regresó a casa cargado de bolsas. “¿Dónde está mi reina?”, preguntó con voz dulce mientras tarareaba una canción. Ángela, pese a las molestias y los pinchazos que recorrían por todo su cuerpo, pegó un brinco y abrió el grifo para transmitir normalidad. Iba a refrescarse la cara, pero cuando se miró al espejo se quedó estupefacta… Su ojo izquierdo estaba hinchado, prácticamente cerrado, y tenía restos de sangre seca por todo el rostro. Su marido entró y, sin que la diera tiempo a reaccionar, notó un beso en su mejilla. “Cariño, ¿qué haces todavía así vestida? Vamos a la cocina, que he comprado chocolate con churros para la esposa más bella del universo”, afirmó sonriente. Nuestra protagonista se dispuso a desayunar y, pese a que no tenía fuerzas ni siquiera para articular palabra alguna, hizo un esfuerzo y le dijo: “Ayer casi me matas. Esto no puede seguir así…”. Diego, entre caricias, y con voz dulce le explicó que era por su bien, que tenía miedo a perderla por culpa de su familia. Ángela le pidió volver a ver a su padre, recuperar el contacto con sus amigas de toda la vida; sobre todo con Fátima. Su marido no puso objeción alguna… “De acuerdo, puedes retomar el contacto con tu antigua pandilla y ver a tu padre; pero primero recupérate un poco… No quiero que vean a mi reina así…”, sostuvo. Actuaba como que nada hubiese ocurrido. Su actitud dulcificada trataba de enmascarar la fiera que apenas diez horas antes podía haber terminado con su vida…

Relaciones sexuales “a punta de navaja”

El tiempo hizo que las heridas visibles cicatrizasen. Diego se ocupó de que su mujer no saliese de casa a llevar al colegio a su hija, ni siquiera a comprar el pan. Llamó a sus padres para que se hicieran cargo de la Laura unos días, argumentando que Ángela se había resbalado en la ducha y que el médico le había aconsejado reposo. “Ahora, sin la venda que cubría mis ojos, soy capaz de analizar con más claridad el pasado. Me tenía acorralada, es una persona calculadora y siempre va un paso por delante”, explica con la mirada perdida.

Transcurrieron aproximadamente dos semanas “en calma”, tiempo que Ángela aprovechó para intentar retomar el contacto con dos de sus mejores amigas de la infancia y con su padre. Aunque no les narraba absolutamente nada de lo que la estaba sucediendo, el oír su voz y charlar sobre cosas anecdóticas le conferían un chute de energía. Los malos tratos se fueron reavivando de manera progresiva. Los hábitos de Diego cambiaron. “Aparecía en casa a las tantas borracho y me despertaba porque quería sexo. Ante mi negativa, se ponía violento y empezaba a darme bofetadas y a zarandearme como si fuese un objeto”, relata. La protagonista admite que no quería mantener relaciones sexuales ante esa situación y menos sin utilizar ningún método anticonceptivo. Intentaba evitar que la tocara, pero él comenzaba a desnudarla en contra de su voluntad y, en ocasiones, ante tal resistencia, sacaba una navaja del pantalón y la amenazaba con matarla…

“Papá, deja a mamá, no le hagas daño”

Tras casi nueve años de convivencia, tuvo lugar un episodio que marcó un antes y un después en esta relación tóxica. Fue la gota que colmó el vaso…

Diego apareció en casa al mediodía, antes de la hora habitual a la que comían. “Hoy no he ido a trabajar. Me he tomado la mañana libre para ver qué hacías y he comprobado que me estás poniendo los cuernos, zorra. ¿Creías que no te iba a ver hablando en el supermercado con el vecino? Por eso te gusta hacer tanto la compra, guarra.”, vociferó Diego delante de la hija de ambos. Ángela le intentó explicar que el hombre estaba casado y era el marido de una de las madres del colegio, pero sin poder terminar la frase, vio como cogió un cuchillo situado encima de la mesa y se dirigió hacia ella. “Se acabó, te lo he dado todo y, ¿es así como me lo pagas?”. La menor se puso a llorar y comenzó a gritar: “Papá, deja a mamá, no le hagas daño”. Pero él hizo caso omiso… La dio un empujón contra la pared y la abofeteó incesantemente. Arrojó el arma blanca por los aires y tomó un palo de trekking, que vio en el paragüero. Continuó apaleándola sin compasión alguna, hasta que Laura se interpuso entre los dos. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre su madre para protegerla, mientras la abrazaba temblorosa y entre llantos. Diego se detuvo y de la rabia golpeó la vitrina del mueble del salón rompiendo prácticamente todo el ajuar que Ángela conservaba con especial cariño… Acto seguido, se oyó la cerradura de la puerta principal. La entrevistada pidió a la niña que le pasara el móvil y marcó el número de una de sus amigas, a quien pidió que se acercara con el coche cuanto antes hasta su domicilio. Mientras hablaba observó aquella escena: a su hija de ocho años desolada y de rodillas, rodeada de trozos de cristal… “Esa imagen hizo que brotara en mí la vitalidad necesaria para moverme, a pesar de no tenerme en pie”. La protagonista echó la cadena, por si Diego regresaba.

Sonó el timbre… Antes de abrir se aseguró, a través de la mirilla, de quien llamaba. Era Fátima, acompañada de su marido. Su amiga no daba crédito a lo que estaba viendo, pero no era momento de explicaciones. Ángela le pidió que la acompañara al centro de salud y que llevara a la niña con su abuelo. Ese día no fue la vitrina lo único que se hizo pedazos…

“Ver a mi hija así fue la herida más dolorosa”

En la mente de Ángela transitaban multitud de sentimientos enfrentados: vergüenza, vacío, humillación… Acudió al centro de salud junto a su amiga, quien no se separó de ella ni un instante. Tras contar todo lo sucedido al médico de familia, éste le derivó al hospital para que la realizaran las pruebas pertinentes y, de ese modo, cerciorarse de la repercusión interna de los golpes sufridos. Estaba llena de heridas, cicatrices, moratones de todos los colores… Tenía al menos dos costillas rotas, que la dificultaban respirar; pero, en ese momento, su mayor fractura resultaba invisible a los ojos de cualquier persona. “No paraba de pensar en mi hija. Verla así fue la mayor de mis heridas, la más dolorosa”, asegura. Decidió ir a Comisaría y denunciar a Diego. “Me aseguró en reiteradas ocasiones que si algún día hablaba me mataría, pero solo me importaba el bienestar de Laura. No podía tolerar que viviera en esas condiciones”.

Su móvil comenzó a sonar, al sacarlo del bolso observó que tenía numerosas llamadas perdidas y WhatsApps de Diego, pero los obvió. Su decisión ya estaba tomada y “no había vuelta atrás”. La Guardia Civil, después de valorar el nivel de riesgo de Ángela, acudió al domicilio conyugal para arrestarle. Pasó la noche en calabozos hasta que se celebró, al día siguiente, el juicio rápido. Fátima contó a la familia de Ángela todo lo ocurrido. Todos se sentían culpables por no haber sospechado nunca nada, ni percibir el más mínimo indicio de violencia…

“Las medidas cautelares no son suficientes”

El fallo judicial dictaminó, hace apenas 13 meses, la guardia y custodia de los hijos a la madre, una orden de alejamiento de 300 metros y la prohibición de comunicarse con ella. La protagonista considera que las medidas cautelares no son suficientes. Confiesa sentir miedo y falta de protección. “Voy por la calle mirando hacia atrás. Pienso que en cualquier momento puede venir a por mí”. Diego ya se ha saltado la orden de alejamiento varias veces, pero no tiene pruebas para demostrarlo… “Me ha enviado mensajes para pedirme una segunda oportunidad, pero como bien dice mi psicóloga: la oportunidad me la tengo que dar primero a mí misma”.

La entrevistada necesita asimilar muchas cosas e intentar reencontrarse con aquella chica de 21 años extrovertida, risueña, que solo pensaba en “comerse el mundo” … En estos momentos, se encuentra volcada en su hija, quien acude a terapia. “Temo que le queden secuelas, después todo lo vivido”. Tras horas de entrevista, Ángela tuvo que despedirse, ya que tenía que asistir a una sesión de grupo con otras mujeres víctimas de violencia de género.

“Aunque no lo creas agradezco mucho haber charlado. Me viene bien desahogarme, lo necesito. Parece que lo voy superando, pero aún tengo mucho peso sobre mis espaldas, un peso que debo descargar si quiero seguir adelante y no sentirme muerta en vida”.



13 diciembre 2017

Muerta en vida: Cuando sientes “dolor en el alma”


Capítulo 2: Cuando sientes “dolor en el alma”

Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género. / msssi.gob.es

Un día, Diego la propuso casarse por lo civil. Ella, sin pensárselo dos veces, aceptó. “Teniendo una hija, consideré que era lo más acertado”, asiente. El enlace fue rápido y discreto. El sueño de Ángela de vestirse de blanco e ir del brazo de su padre hasta el altar se hizo pedazos. No obstante, decidió avisar a sus familiares más allegados para que fueran partícipes del acontecimiento. Su padre, emocionado ante tal noticia, no lo dudó ni un instante y fue el único que quiso estar presente ese día. A pesar de que todos ignoraban la situación en la que se hallaba la protagonista, víctima de malos tratos, no aceptaban a Diego y tenían claro que no iban a integrarle en su entorno.

Ángela preparó una cena especial para celebrar su “noche de bodas” y trató de ambientar la casa con un toque romántico: velas, pétalos sobre la cama, música de fondo… Aprovechó la ausencia de Diego, que iba a ir a ver un partido de fútbol con unos amigos, para poder preparar todo y tenerlo a punto cuando llegase. La niña se quedó a dormir con sus suegros por lo que, a priori, nada ni nadie podía interrumpirles la velada.

Antes de lo esperado, Diego llegó a casa. Un tremendo portazo, que hizo vibrar los cristales de la galería que comunicaba con la cocina, alertó de su presencia. Ángela se dirigió al salón para recibirle. Nada más verla montó en cólera y se puso a gritar. “¿Para qué cojones has invitado a tu familia a nuestra boda sin consultarme? Te gusta sacarme de mis casillas, ¿eh?”, voceó mientras cogía los objetos que iba encontrando en su camino y se los arrojaba. Ella no sabía cómo resguardarse, se agachó y anduvo a gatas para refugiarse tras el sofá. Él fue a su encuentro, la tendió la mano para que se incorporara y, acto seguido, le propinó un puñetazo en la cara. Ángela no logró esquivarlo, pero se mantuvo en pie. Corrió hacia el baño y puso el pestillo. Su corazón latía a un ritmo frenético. “No sabía qué hacer. Estaba colapsada y mi cuerpo no me respondía”, explica entre profundos suspiros; mientras recuerda la imagen de Diego aporreando la puerta del servicio, cada vez con mayor intensidad. Finalmente, consiguió derribarla… Durante unos minutos interminables, su marido le dio una patada tras otra. “Creí que me iba a matar, pero finalmente paró y se fue de casa”.

La entrevistada permaneció tendida en el suelo. La paliza la había dejado una gran mella física. Intentó utilizar la bañera para erguirse, pero era incapaz de articular movimiento alguno. “Por primera vez tuve un sentimiento que desconocía hasta ese momento: Me dolía el alma…Sigo sin saber describir con palabras aquella sensación que, por desgracia, se ha reiterado en mi vida en más ocasiones”. Esa noche “durmió” en el cuarto de baño. El agotamiento, la ansiedad y el estado de alerta al que estuvo sometida la pasaron factura.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, Diego regresó a casa cargado de bolsas. “¿Dónde está mi reina?”, preguntó con voz dulce mientras tarareaba una canción. Ángela, pese a las molestias y los pinchazos que recorrían por todo su cuerpo, pegó un brinco y abrió el grifo para transmitir normalidad. Iba a refrescarse la cara, pero cuando se miró al espejo se quedó estupefacta… Su ojo izquierdo estaba hinchado, prácticamente cerrado, y tenía restos de sangre seca por todo el rostro. Su marido entró y, sin que la diera tiempo a reaccionar, notó un beso en su mejilla. “Cariño, ¿qué haces todavía así vestida? Vamos a la cocina, que he comprado chocolate con churros para la esposa más bella del universo”, afirmó sonriente. Nuestra protagonista se dispuso a desayunar y, pese a que no tenía fuerzas ni siquiera para articular palabra alguna, hizo un esfuerzo y le dijo: “Ayer casi me matas. Esto no puede seguir así…”. Diego, entre caricias, y con voz dulce le explicó que era por su bien, que tenía miedo a perderla por culpa de su familia. Ángela le pidió volver a ver a su padre, recuperar el contacto con sus amigas de toda la vida; sobre todo con Fátima. Su marido no puso objeción alguna… “De acuerdo, puedes retomar el contacto con tu antigua pandilla y ver a tu padre; pero primero recupérate un poco… No quiero que vean a mi reina así…”, sostuvo. Actuaba como que nada hubiese ocurrido. Su actitud dulcificada trataba de enmascarar la fiera que apenas diez horas antes podía haber terminado con su vida…

Relaciones sexuales “a punta de navaja”

El tiempo hizo que las heridas visibles cicatrizasen. Diego se ocupó de que su mujer no saliese de casa a llevar al colegio a su hija, ni siquiera a comprar el pan. Llamó a sus padres para que se hicieran cargo de la Laura unos días, argumentando que Ángela se había resbalado en la ducha y que el médico le había aconsejado reposo. “Ahora, sin la venda que cubría mis ojos, soy capaz de analizar con más claridad el pasado. Me tenía acorralada, es una persona calculadora y siempre va un paso por delante”, explica con la mirada perdida.

Transcurrieron aproximadamente dos semanas “en calma”, tiempo que Ángela aprovechó para intentar retomar el contacto con dos de sus mejores amigas de la infancia y con su padre. Aunque no les narraba absolutamente nada de lo que la estaba sucediendo, el oír su voz y charlar sobre cosas anecdóticas le conferían un chute de energía. Los malos tratos se fueron reavivando de manera progresiva. Los hábitos de Diego cambiaron. “Aparecía en casa a las tantas borracho y me despertaba porque quería sexo. Ante mi negativa, se ponía violento y empezaba a darme bofetadas y a zarandearme como si fuese un objeto”, relata. La protagonista admite que no quería mantener relaciones sexuales ante esa situación y menos sin utilizar ningún método anticonceptivo. Intentaba evitar que la tocara, pero él comenzaba a desnudarla en contra de su voluntad y, en ocasiones, ante tal resistencia, sacaba una navaja del pantalón y la amenazaba con matarla…

“Papá, deja a mamá, no le hagas daño”

Tras casi nueve años de convivencia, tuvo lugar un episodio que marcó un antes y un después en esta relación tóxica. Fue la gota que colmó el vaso…

Diego apareció en casa al mediodía, antes de la hora habitual a la que comían. “Hoy no he ido a trabajar. Me he tomado la mañana libre para ver qué hacías y he comprobado que me estás poniendo los cuernos, zorra. ¿Creías que no te iba a ver hablando en el supermercado con el vecino? Por eso te gusta hacer tanto la compra, guarra.”, vociferó Diego delante de la hija de ambos. Ángela le intentó explicar que el hombre estaba casado y era el marido de una de las madres del colegio, pero sin poder terminar la frase, vio como cogió un cuchillo situado encima de la mesa y se dirigió hacia ella. “Se acabó, te lo he dado todo y, ¿es así como me lo pagas?”. La menor se puso a llorar y comenzó a gritar: “Papá, deja a mamá, no le hagas daño”. Pero él hizo caso omiso… La dio un empujón contra la pared y la abofeteó incesantemente. Arrojó el arma blanca por los aires y tomó un palo de trekking, que vio en el paragüero. Continuó apaleándola sin compasión alguna, hasta que Laura se interpuso entre los dos. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre su madre para protegerla, mientras la abrazaba temblorosa y entre llantos. Diego se detuvo y de la rabia golpeó la vitrina del mueble del salón rompiendo prácticamente todo el ajuar que Ángela conservaba con especial cariño… Acto seguido, se oyó la cerradura de la puerta principal. La entrevistada pidió a la niña que le pasara el móvil y marcó el número de una de sus amigas, a quien pidió que se acercara con el coche cuanto antes hasta su domicilio. Mientras hablaba observó aquella escena: a su hija de ocho años desolada y de rodillas, rodeada de trozos de cristal… “Esa imagen hizo que brotara en mí la vitalidad necesaria para moverme, a pesar de no tenerme en pie”. La protagonista echó la cadena, por si Diego regresaba.

Sonó el timbre… Antes de abrir se aseguró, a través de la mirilla, de quien llamaba. Era Fátima, acompañada de su marido. Su amiga no daba crédito a lo que estaba viendo, pero no era momento de explicaciones. Ángela le pidió que la acompañara al centro de salud y que llevara a la niña con su abuelo. Ese día no fue la vitrina lo único que se hizo pedazos…

“Ver a mi hija así fue la herida más dolorosa”

En la mente de Ángela transitaban multitud de sentimientos enfrentados: vergüenza, vacío, humillación… Acudió al centro de salud junto a su amiga, quien no se separó de ella ni un instante. Tras contar todo lo sucedido al médico de familia, éste le derivó al hospital para que la realizaran las pruebas pertinentes y, de ese modo, cerciorarse de la repercusión interna de los golpes sufridos. Estaba llena de heridas, cicatrices, moratones de todos los colores… Tenía al menos dos costillas rotas, que la dificultaban respirar; pero, en ese momento, su mayor fractura resultaba invisible a los ojos de cualquier persona. “No paraba de pensar en mi hija. Verla así fue la mayor de mis heridas, la más dolorosa”, asegura. Decidió ir a Comisaría y denunciar a Diego. “Me aseguró en reiteradas ocasiones que si algún día hablaba me mataría, pero solo me importaba el bienestar de Laura. No podía tolerar que viviera en esas condiciones”.

Su móvil comenzó a sonar, al sacarlo del bolso observó que tenía numerosas llamadas perdidas y WhatsApps de Diego, pero los obvió. Su decisión ya estaba tomada y “no había vuelta atrás”. La Guardia Civil, después de valorar el nivel de riesgo de Ángela, acudió al domicilio conyugal para arrestarle. Pasó la noche en calabozos hasta que se celebró, al día siguiente, el juicio rápido. Fátima contó a la familia de Ángela todo lo ocurrido. Todos se sentían culpables por no haber sospechado nunca nada, ni percibir el más mínimo indicio de violencia…

“Las medidas cautelares no son suficientes”

El fallo judicial dictaminó, hace apenas 13 meses, la guardia y custodia de los hijos a la madre, una orden de alejamiento de 300 metros y la prohibición de comunicarse con ella. La protagonista considera que las medidas cautelares no son suficientes. Confiesa sentir miedo y falta de protección. “Voy por la calle mirando hacia atrás. Pienso que en cualquier momento puede venir a por mí”. Diego ya se ha saltado la orden de alejamiento varias veces, pero no tiene pruebas para demostrarlo… “Me ha enviado mensajes para pedirme una segunda oportunidad, pero como bien dice mi psicóloga: la oportunidad me la tengo que dar primero a mí misma”.

La entrevistada necesita asimilar muchas cosas e intentar reencontrarse con aquella chica de 21 años extrovertida, risueña, que solo pensaba en “comerse el mundo” … En estos momentos, se encuentra volcada en su hija, quien acude a terapia. “Temo que le queden secuelas, después todo lo vivido”. Tras horas de entrevista, Ángela tuvo que despedirse, ya que tenía que asistir a una sesión de grupo con otras mujeres víctimas de violencia de género.

“Aunque no lo creas agradezco mucho haber charlado. Me viene bien desahogarme, lo necesito. Parece que lo voy superando, pero aún tengo mucho peso sobre mis espaldas, un peso que debo descargar si quiero seguir adelante y no sentirme muerta en vida”.

 

 

 

 



12 diciembre 2017

Muerta en vida: Bajo la piel de un “príncipe azul”


Capítulo 1: Bajo la piel de un “príncipe azul”

Mujer víctima de violencia de género, imagen vía ABC.es

Ángela (nombre ficticio) ha decidido contar a Aclad sus vivencias como víctima de violencia de género. Su finalidad es clara: “Quiero ayudar, en la medida de lo posible, a todas aquellas mujeres que están sufriendo un auténtico calvario, el mismo por el que he pasado yo”, afirma con convicción.

Al inicio de la conversación transmitía una actitud hermética. Parecía llevar consigo una coraza, con la que protegerse de sus aún patentes miedos. Tras recibir indicaciones sobre este reportaje, realizado bajo el más riguroso anonimato y respetando sus condiciones, de forma paulatina, no quedaba ya nada de aquella persona con carácter aparentemente férreo y distante que apenas 20 minutos antes había entrado por la puerta…

“Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”

Ángela comenzó la relación con su exmarido Diego (nombre ficticio) a los 21 años. “Era una persona encantadora, muy romántica y detallista: como un príncipe azul”, explica con detalle. La protagonista tuvo un noviazgo de cuatro años con este hombre. “Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”, afirma con rabia. Su pareja no la dejaba sola ni un instante, algo que a su familia le agradaba. “Qué buen yerno voy a tener, siempre pendiente de mi hija”, comentaba con frecuencia su padre; puesto que Ángela describe que Diego “era muy protector”. Ella estudiaba en la universidad y los fines de semana trabajaba de camarera, para así poder ayudar con los gastos de casa. Su novio permanecía en el bar de copas hasta el cierre y, a continuación, la acompañaba hasta su portal.

Con el paso del tiempo, sus amigas le dijeron que la notaban rara: vestía de forma más recatada, ya no era tan dicharachera y siempre daba largas a la hora de quedar para dar una vuelta o tomar algo… “Un día me preguntaron por el motivo de mi enfado”, confiesa. Pero la realidad era que no existía enojo alguno hacia ninguna de ellas, sino que Diego la aíslo completamente de todo su entorno y, también, la dijo en varias ocasiones que no vistiese tan extravagante porque parecía una furcia. “Solo me quería para él y ese comportamiento lo veía como una muestra de puro amor: de esos de película. Ahora es cuando me doy cuenta de todo lo que ha llegado a manipularme”.

La capacidad de transformar los “síes” en “noes”

Tras casi cuatro años de noviazgo decidieron irse a vivir juntos. Ángela ya había finalizado su carrera y encontró un trabajo relacionado con sus estudios. La empresa optó por realizarle un contrato indefinido, noticia que Diego no recibió con el júbilo que ella esperaba. “Fui corriendo a contarle la gran noticia pero, sin apenas escuchar todas las condiciones, me dijo que rechazara la propuesta porque con los ingresos que él generaba nos sobraba para vivir de forma airosa”. Él le argumentó que siempre habían soñado con tener hijos, por lo que si ambos trabajaban iba a ser complejo compaginar la vida familiar con la laboral. Asimismo, incidió en el hecho de que su jornada implicaba estar mucho tiempo fuera de casa y, como consecuencia, terminarían coincidiendo únicamente al final del día. Diego insistió en que era su reina y quería que viviera como tal. La protagonista reconoce que su novio era tan convincente y tenía tal poder sobre ella que era capaz de transformar sus “síes” en “noes” en cuestión de minutos. Su familia no comprendió tal decisión, máxime cuando el sueño de Ángela siempre había sido ejercer en algo relacionado con su titulación… Este hecho generó disputas, sobre todo con su madre, quien comenzó a desaprobar la actitud de su “yerno”. Veía que existía una relación “tóxica” y describía a su hija como “una marioneta que no era capaz de discernir, por sí misma, cómo tomar las riendas de su vida”. Ésto llegó a los oídos de Diego y fue tal su enfado que esos comentarios generaron un punto de inflexión en la armoniosa relación que mantenía con su familia política. “A partir de ese momento, siempre ponía trabas cuando le proponía visitarles. Ahora caigo en la cuenta de que me apartó de manera premeditada de ellos”, narra mientras comienzan a aflorarle lágrimas de sus ojos.

Al poco tiempo, Ángela se quedó embarazada. No tenía que guardar reposo alguno, puesto que todo marchaba bien; aún así apenas salía de casa en todo el día. Se dedicaba a realizar las labores del hogar; pero siempre estaba sola. En pocas ocasiones se puso en contacto con sus padres y hermanos, todo por miedo a represalias por parte de Diego… Un día la escuchó hablando con su madre y fue tal su enfado que la quitó el teléfono de las manos y colgó. “Se puso histérico y comenzó a dar puñetazos a la pared y a decirme que no le quería, que cómo podía seguir en contacto con una mujer que trataba de romper nuestra relación”.

Pese a su agresividad, desde que comenzaron su noviazgo, no le puso la mano encima en ninguna ocasión. Todos los hechos vividos se podrían catalogar como lo que los expertos denominan episodios de maltrato psicológico: chantajes, control, amenazas…

“Mi reina, no volverá a pasar…”

Los meses transcurrieron rápidamente y su pequeña Laura (nombre ficticio) llegó al mundo. Durante los primeros tres años la niña fue un motivo de ilusión y unión para la pareja, hasta que un día se produjo un suceso que cambió el rumbo de los acontecimientos… Cayó la noche y, como era habitual, Ángela estaba esperando a que Diego llegase de trabajar. Tenía todo a punto: la cena en la mesa y a Laura ya acostada. En esta ocasión, su habitual puntualidad brillaba por su ausencia. Optó por llamarle, pero su buzón de voz saltaba continuamente. “Comencé a preocuparme… Era casi la una de la madrugada y él siempre, ante cualquier imprevisto, me avisaba de que iba a llegar tarde. Se me ocurrió contactar con su compañero de trabajo, cuando de repente Diego apareció por la puerta.

 

Tras la respuesta, él le quitó el móvil de las manos y con amabilidad, e incluso entre bromas, se despidió de su compañero. Todo parecía normal, pero lo “inhumano” estaba aún por llegar… Al colgar, Diego comenzó a gritar como un energúmeno: “¿Qué pasa?, ¿has aprovechado que no estaba en casa para intentarte tirar a Félix “el soltero de oro” ?, ¿yo no te doy todo lo que tú quieres? Contesta, puta golfa…”. Ángela intentó explicarle lo acontecido, pero él no escuchaba e iba elevando su voz cada vez con mayor intensidad. De repente, la agarró con una fuerza descomunal del brazo, la empujó y fue tal la energía que brotó de su corpulento cuerpo que la tiró al suelo. La protagonista de este testimonio le pedía perdón incesantemente. “No sabía qué hacer, me bloqueé. Pensaba que llegados a esa situación su cólera había terminado”. Pero nada más lejos de la realidad, puesto que empezó a darle patadas en el costado, mientras le escupía y llamaba guarra. De repente, Laura se puso a llorar. Diego levantó a su pareja tirándola del pelo, sin el más mínimo escrúpulo, y la condujo a la habitación de la pequeña gritándola: “No vales ni para cuidar hijos. Eres una inútil”.

Acto seguido, se fueron a “dormir”, aunque Ángela no logró conciliar el sueño en toda la noche. Sus ojos permanecieron abiertos como platos. Se encontraba en shock, en estado de alerta… El tiempo transcurría tan lentamente que los segundos parecían horas, como que las agujas del reloj se hubiesen parado…

Finalmente, sonó el despertador. “Yo decidí hacerme la dormida. Lo curioso es que él, como cada mañana, se dio media vuelta y comenzó a abrazarme y a darme besos como que no hubiese sucedido nada…”, afirma entre suspiros.

Ángela continuó petrificada, no se atrevía a mirarle a los ojos. Sentía una mezcla de dudas, miedo, impotencia… Sin pensárselo dos veces, se levantó de la cama y le preguntó: “¿Qué te pasó ayer, por qué me pegaste?”. Él caminó lentamente hacia ella, sostuvo con delicadeza sus manos y con mirada de arrepentimiento le dijo: “Estabas tonteando con Félix y sé que ese tío siempre te ha parecido atractivo. Mi reina, no te enfades, entiéndeme… Sabes que no quiero perderte. No volverá a pasar”, concluyó con una leve sonrisa en su rostro y dándole un beso en la frente.

“Si le denunciaba, pensaba que mi hija nunca me perdonaría haber metido a su padre en la cárcel”

Por desgracia, sus palabras cayeron en saco roto… Con el paso del tiempo, la situación no se recondujo, sino que el ambiente cada vez se presentaba más turbio. Los insultos se normalizaron en el día a día. “Me llamaba zorra, guarra, me decía que no valía para nada, que era una vergüenza, que no sabía ni cocinar…”, detalla la protagonista. Y esas faltas de respeto ya siempre iban acompañadas de golpes, empujones, patadas, bofetadas… “Yo, al principio, cuando empezaba a alterarse trataba de calmarle, pero me di cuenta de que dijera una cosa u otra el efecto era el mismo; por lo que opté por callarme y aguantar lo que me viniera”. Y es que Ángela estaba convencida de que ella tenía, en gran parte, la culpa de lo que estaba sucediendo y, por ello, justificaba el comportamiento de la que en ese momento era su pareja.

Los días no transcurrían “en balde”. Las heridas visibles y las no tan perceptibles la iban pasando factura. Cada vez estaba más delgada no le apetecía comer y, como consecuencia, carecía de fuerza física. También, el hecho de no poder desahogar su angustia y contar su situación a alguien le confería un plus de inestabilidad. “Hubiese sido muy fácil coger el móvil y llamar a algún familiar o amigo para pedir ayuda, pero me daba vergüenza. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? No quería que nadie se enterase”.

Denunciar no entraba, ni por asomo, en sus planes. “¿Cómo iba a hacer eso? El día de mañana, mi hija nunca me perdonaría el haber metido a su padre en la cárcel”, explica la entrevistada quien añade que “no tenía nada ni a nadie tampoco para separarme, ¿de qué iba a vivir? Sin trabajo, sin hablarme con mi familia, sin casa…”. Ángela comenzó a sentirse mal en el transcurso de la entrevista, sus lágrimas se convirtieron en sollozos y empezó a hiperventilar. Aseguró encontrase bien para continuar con su testimonio, por lo que tras beber un poco de agua prosiguió…

(Continuará)

 

 

 

 

 



5 diciembre 2017

Día Internacional del Voluntariado


Hoy, 5 de diciembre, celebramos el Día Internacional del Voluntariado.

A todas aquellas personas que dedicáis parte de vuestro preciado tiempo en ayudar a los demás…

Porque, sin vosotros, no sería posible construir una sociedad más justa e igualitaria y, por ende, cambiar el mundo

Teñís nuestra entidad de humanidad…

Todos los que formamos parte de Aclad os damos las GRACIAS por colaborar, de manera totalmente altruista, con nuestra asociación: con la Casa de Acogida para enfermos de VIH/SIDA o con el programa Lua, tratando de mejorar las condiciones de salud biosicosocial de las personas que ejercen la prostitución.



4 diciembre 2017

El Mundo / Diario de Valladolid realiza un reportaje sobre nuestro programa Lua


Una mano tendida en la calle

Aclad da atención sanitaria, social y laboral a quienes ejercen la prostitución en Valladolid, Palencia y León / Asiste a mujeres con una media de 37 años, personas a cargo y dificultades económicas

Os facilitamos el reportaje íntegro, publicado en www.diariodevalladolid.es

Autora: Alicia Calvo



24 noviembre 2017

Las redes sociales, un «arma» de doble filo en la lucha contra la violencia machista


Campaña contra la violencia de género: ‘Corta a tiempo, el maltrato no llega de repente’. / msssi.es

El avance tecnológico ha hecho que en la actualidad vivamos en una ‘sociedad red’, en la que “todo se encuentra interconectado: nuestra realidad online y offline se fusionan en una». Este término, acuñado por el sociólogo Manuel Castells, hace referencia a nuestro día a día. Las redes sociales forman parte de nuestras vidas. Internet ha favorecido un espectacular desarrollo de las redes interpersonales: Facebook, YouTube, Instagram, Twitter… Numerosos estudios incluyen también en sus listas a WhatsApp, debido a su uso tan extendido.

Nos hallamos en una ya consolidada ‘era 2.0’ en la que suceden acontecimientos y, apenas transcurridos unos segundos, existen imágenes, vídeos y noticias comentadas a través de las diversas plataformas anteriormente nombradas. Su difusión, mediante terminales informáticos y teléfonos móviles, resulta inmediata. Estos ejemplos ponen en relieve cómo Internet se ha convertido en un elemento clave en nuestras vidas. ¿De qué manera repercute la ‘sociedad red’ en los adolescentes? Las redes sociales protagonizan sus rutinas diarias. Las utilizan para realizar trabajos de clase, ver vídeos, informarse sobre cosas que les interesan… Se han convertido en el medio de comunicación por excelencia. Es la herramienta clave a la hora de quedar con sus amigos o con sus parejas, influyendo, en gran medida, en los vínculos que crean a nivel afectivo.

Pero, por desgracia, la evolución en este campo no solo ha acarreado aspectos positivos, también ha conllevado la aparición de nuevas formas de maltrato hacia la mujer, sobre todo en el ámbito de la adolescencia y la juventud. El Ministerio de Sanidad Servicios Sociales e Igualdad ha publicado datos que demuestran que “este tipo de violencia no se percibe como tal e incluso se llega a normalizar”. El no saber identificar una situación de maltrato ha hecho que “la violencia de género haya crecido un 10 por ciento entre los menores de edad”.

 

Algunos de los comportamientos más frecuentes

Discutir por el contenido publicado en las redes sociales es muy común durante los noviazgos. Algunas broncas pueden surgir porque las chicas hablan con algún conocido o amigo que no es del agrado de la pareja. Como muestra de “amor”, terminan facilitándole las claves personales de todas sus cuentas de redes sociales o de su propio dispositivo móvil. Finalmente, se origina una relación asfixiante basada en el: “tú me controlas, yo te controlo”. Este tipo de situaciones corroboran la presencia del denominado ‘mito del amor romántico’ que surgió en el siglo XIX y sobrevive en la actualidad, sobre todo en las culturas modernas; concretamente en las sociedades occidentales…

Un joven discute con su pareja por celos./ wonalixia

Se trata de un “amor” que permite justificar muchas de las actitudes, similares a las que los expertos detectan en los primeros estadios de la violencia de género. La escritora Coral Herrera Gómez considera que “el romanticismo es el mecanismo cultural más poderoso para perpetuar el patriarcado, que junto al amor romántico se convierte en la herramienta más potente para controlar y someter a las mujeres”.

La psicóloga especialista en violencia de género, María Luisa Fraile Dorda, corrobora la idea del ‘amor romántico’ explicando que “si yo soy todo para ti, tú lo eres todo para mí y fuera de esa unión no hay nada” las amistades, el trabajo o “cualquier persona o cosa que interfiera entre ambos va a hacer que yo me sienta desplazado”. Ahí es donde emergen los celos que derivan en conductas aún más controladoras, también plasmadas en la Red: espiar lo que tu pareja publica o comparte en redes sociales, interferir en sus relaciones con su entorno, vigilarle constantemente el móvil, pedir su geolocalización o que le envíe fotografías de lo que está haciendo…. Pero, la reflexión que predomina en muchas jóvenes es pensar: “Si se pone celoso es porque verdaderamente me quiere y no desea que me vaya con otro”. Este tipo de muestras de “amor” les hace a las chicas presumir, competir con otras mujeres, sentirse especiales porque alguien a quien “aman” las ha elegido. Mitos que pueden resultar absurdos, como el de ‘la media naranja’, crean la necesidad de autorrealizarse gracias al otro, genera dependencias emocionales toxicas y dañinas.

La difusión de estereotipos sexistas influye en gran medida en la educación de la población. Desde pequeños, por mucho que traten de que crezcamos en una burbuja ajenos a la realidad, de manera más o menos explícita interiorizamos los tópicos sexistas. El simbolismo atribuido a los distintos sexos procede de una tradición social muy arraigada. Con tan solo poner la televisión, pasar por una juguetería, escuchar canciones, ir al cine o ver un videoclip de YouTube de moda, observamos la “sumisión y entrega de la mujer y la agresividad y dominio del hombre”. ¿Quién no ha visto ‘Violetta’, ‘Cincuenta Sombras de Grey’ o ‘la Saga de Crepúsculo’?, ¿nadie ha escuchado reggaetón?, ¿qué regalo a una niña: un videojuego de peleas o una barbie princesa? Sin duda, los estereotipos tradicionales siguen existiendo.

Signos de violencia de género

Ante los primeros signos de maltrato: ‘Cuéntalo’./ msssi.es

Frente a este panorama, ¿qué podemos hacer? Ante la primera señal de alarma tienes que reaccionar, ya que de lo contrario puedes adentrarte en una espiral gradual de violencia.

¿Tu pareja te ridiculiza, te hace sentir inferior, torpe o inútil? ¡Alerta!

¿Muestra celos y notas que te controla? Si vigila tu manera de vestir, si se enfada cada vez que te escucha hablar con otro chico hasta el punto de tener que medir tus palabras por miedo a su reacción, o si revisa constantemente tu teléfono móvil y tus redes sociales… ¡Reacciona! No permitas estas situaciones porque son el germen de la violencia de género.

No consientas que te insulte, te grite o te humille; bien sea en público o en privado. Una relación saludable es aquella basada en la confianza y el respeto mutuo. Cuando se traspasan esos principios nos encontramos ante un vínculo insano.

¿Piensas que tienes la culpa de todo?, ¿tu novio te reprocha cosas incesantemente? Si tienes miedo, te asusta su mirada o vives en situación de sobresalto y con un nivel de activación muy elevado (mucho estrés)… ¡Cuéntalo!, ¡pide ayuda! No cedas a sus chantajes, ni dejes que te coarten sus amenazas. Cuando cedes caes en una trampa en la que te vuelves sumisa y él aprende a ser agresivo.

¿Alguna vez te ha obligado o forzado a mantener relaciones sexuales, en contra de tu voluntad? ¡No lo consientas! No olvides que es delito. Y si te agrede, ¡no esperes a que se repita! No trates de justificar un episodio abusivo culpabilizándote.

La espiral de violencia siempre irá ‘in crescendo’, por lo que si percibes que en tu relación aparece alguna de las actitudes citadas debes estar atenta y actuar. Explica tu situación a otras personas y pide ayuda.  Busca apoyo en familiares o amistades de confianza. Recuerda que no estás sola. ‘Corta a tiempo’, porque verdaderamente ‘Hay Salida’.

Una de las medidas fundamentales es focalizar todos nuestros esfuerzos en la educación entre iguales, así como  intensificar la prevención y sensibilización en relación con la violencia de género; de tal forma que seamos capaces de detectarla a través de las numerosas plataformas presentes en Internet. No debemos olvidar que las redes sociales son una pieza fundamental a la hora de ejercer la violencia machista, pero también deben ser vitales para combatirla.



15 noviembre 2017

Sólo 9 de las 44 mujeres asesinadas por violencia machista en 2017 habían denunciado


Una mujer víctima de malos tratos guarda silencio por miedo. / nomasvg.com

Según los últimos datos ofrecidos por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad se eleva a 44 el número de víctimas mortales por violencia de género, en lo que va de año. Resulta significativo que tan solo nueve de las mujeres asesinadas interpusieran una denuncia previa. Asimismo, los expertos destacan que muchas otras víctimas deciden denunciar y, una vez puesto en marcha todo el proceso judicial, finalmente se echan para atrás. ¿Por qué cambian su determinación?, ¿qué tipo de trabas interfieren en “su camino”? Aclad ha charlado con diferentes especialistas en la materia, para tratar de comprender los motivos que pueden esconderse tras estas decisiones.

El abogado, Francisco Hernández Sahagun, afirma que “es muy frecuente que las mujeres retiren la denuncia o no la ratifiquen en el día del juicio”. El jurista explica que “tienen la idea de que su situación va a cambiar y, casi siempre, sí cambia; pero a peor”, recalca. El problema radica en que justifican a sus agresores: “Es que se había tomado una copa de más”, “llegó cansado a casa y encima no me dio tiempo a hacerle la cena” o “estaba estresado por el trabajo y no supe cómo tratarle”…

Hernández Sahagun percibe que “las mujeres que emprenden medidas legales, casi siempre, al cabo de un año, mejoran su situación a nivel personal, emocional y psicológico”. Estos cambios se aprecian en el aumento de su autoestima o en la forma de relacionarse con su entorno. El jurista reconoce que, al principio, las personas que denuncian sienten miedo por ver qué va a suceder: “¿Si me le encuentro y, a pesar de la orden de protección, viene a por mí?”, se cuestionan muchas víctimas. Pero, el letrado experto en violencia de género manifiesta que “aproximadamente en el noventa por ciento de los asuntos que se denuncian se consigue parar una situación violenta, porque ellas siguen adelante, se despegan de él y van rehaciendo sus vidas”.

Nuestra asociación, también, ha entrevistado al magistrado titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 1 de Valladolid, Emilio Vega González, quien se encarga de investigar los delitos y adoptar medidas cautelares: orden de protección o prisiones provisionales o preventivas. Él decide si van o no a juicio, pero luego las sentencias las falla el juez de lo Penal o la Audiencia Provincial, en atención a la pena que lleve aparejado el delito.

Vega González explica que cuando es evidente que hay un maltrato habitual se pasa a diligencias previas, es decir, se sigue el procedimiento habitual y se investiga durante más tiempo. No obstante, opina que, si son capaces de probar un incidente que ocurrió ayer, resulta mucho más eficaz celebrar un juicio rápido y obtener una condena en quince días. De ese modo, se evitaría prolongar el proceso durante dos años; “con el peligro además de que en el transcurso de ese tiempo ella ya no quiera declarar”, subraya Emilio Vega, quien confiesa que “si ahora nos encontramos con mujeres que, de ayer a hoy, ya no quieren testificar… Imagínate si dejas pasar dos años”, incide.

Pero, la “eficacia” de los juicios rápidos se pone en entredicho con desenlaces como el ocurrido la pasada semana en Elda (Alicante). El asesinato de Jessica Bravo, evidenció las lagunas legales existentes en el sistema.

Ante la Violencia de género: Tolerancia Cero/thribune.org

La joven de 28 años había denunciado a su maltratador hasta en cuatro ocasiones, dos en la última semana. El agresor fue condenado en 2016 y sentenciado a ocho meses de alejamiento y trabajos en beneficio de la comunidad. No obstante, el pasado 2 noviembre, la amenazó de muerte y, tras ser detenido por la Guardia Civil, el juez lo dejó en libertad provisional. El implicado negó las acusaciones y fue citado, una semana después, para someterse a un juicio rápido.

Con posterioridad, llamó por teléfono a la víctima de manera incesante, entre el 4 y 5 de noviembre, quebrantando la prohibición de comunicarse con ella. Finalmente, la orden de alejamiento reflejada en el fallo judicial no fue un impedimento para tirotearla hasta provocarla una muerte cerebral, que terminó con su vida…

Algo falla en el sistema de valoración del riesgo de las mujeres maltratadas. Son muchos los expertos que reconocen que hubo flecos sueltos en el caso de Jessica, aunque corroboran que “no es fácil para un juez tomar una decisión sobre la protección que necesita cada víctima”.

Ante este panorama, ¿creéis que las mujeres que llegan a denunciar pueden salir a la calle sin tener que mirar hacia atrás, a cada paso que den?, ¿qué aspectos habría que cambiar del protocolo contra la violencia de género existente?

Es muy común escuchar la frase: “Nadie podía presagiar ese final” pero, por desgracia, existe ya mucho camino recorrido en relación con la violencia machista; el cual deberíamos utilizar, en la medida de lo posible, para eliminar de una vez por todas esta tremenda lacra social.

 



19 octubre 2017

Evita las relaciones tóxicas: «Encuentra el Verdadero Amor»


El Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha lanzado una Campaña de prevención de la violencia de género en adolescentes. «Encuentra el Verdadero Amor» es una serie compuesta por cinco cortometrajes, a través de los que se pretende enseñar a detectar las primeras señales de maltrato entre los más jóvenes y , asimismo, informar sobre qué hacer si en algún momento se encuentran ante tal tesitura.

Lo ideal es que el visionado de cada capítulo vaya acompañado de las actividades contenidas en la Guía Didáctica. Se trata de un recurso de fácil acceso y utilización para profundizar y trabajar en la prevención de la violencia machista en el ámbito educativo.

 

“Encuentra el Verdadero Amor”:

 

Capítulo 1. Fútbol.

Capítulo 2. Árbol.

Capítulo 3. Telefonillo.

Capítulo 4. Banco.

 Capítulo 5. Contraseña.



4 octubre 2017

Violencia de género: una reflexión de la ‘sinrazón’


Imagen contra la violencia de género. / tribunadecanarias.es

En Aclad trabajamos específicamente la problemática de la mujer en situación de exclusión, desde 1996. En concreto, disponemos de un programa de Atención a las necesidades biopsicosociales de las mujeres en circunstancias de especial vulnerabilidad, mediante el que realizamos gran hincapié en la lucha contra la violencia de género y en la igualdad de oportunidades. Se trata de un asunto que nos preocupa, por ello, la idea es abordarlo desde diversas perspectivas; con el fin de tener una visión más amplia sobre el tema, que nos conduzca hacia la reflexión…

Cuatro mujeres han sido asesinadas en ocho días, presuntamente a manos de sus parejas o exparejas. Según las primeras investigaciones, todo apunta a que se trata de nuevos casos de violencia machista. Una de las víctimas, de 20 años, apareció muerta apenas una hora después de denunciar a su expareja por acoso y amenazas. ¿Cómo es posible que ésto ocurra?

Los últimos datos provisionales publicados por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad , actualizados el pasado 28 de septiembre, reflejan un total de 38 víctimas mortales por violencia de género en lo que va de año. ¿En qué estamos fallando?, ¿de dónde emana esta lacra social?, ¿habría que modificar algunos aspectos de la actual Ley vigente? Son múltiples los interrogantes formulados por diversos colectivos de la sociedad…

Esta asociación ha charlado con profesionales que abarcan esta problemática desde áreas muy dispares, tales como la: legislativa, sanitaria, laboral o psicológica. La finalidad de esta primera publicación es poner en antecedentes a la población de los múltiples entresijos que, en la actualidad, entraña la violencia machista.  A lo largo de estos meses, iremos colgando diferentes posts tratando de mostrar “las dos caras de una misma moneda”…

La Fiscalía General del Estado, en su Memoria relativa a 2016, presentada a principios de este mes, ha advertido que “la edad de las víctimas por violencia de género cada vez es más baja, llegando a los 12 años en algunos casos”. También, ha manifestado su “preocupación” porque las jóvenes afectadas por esta problemática “restan importancia al asunto y disculpan al maltratador”. El Ministerio Público comparte con la Fiscalía el mismo sentimiento, en alusión a la situación descrita entre los adolescentes, y subraya el hecho de que “tengan que ser terceros los que denuncien estas situaciones”.

Una mujer víctima de malos tratos. / menorcaaldía.com

Asimismo, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha publicado estadísticas referentes al primer trimestre de 2017. De enero a marzo de este año, los juzgados de menores enjuiciaron a 62 jóvenes por delitos cometidos en el ámbito de la violencia contra la mujer. Los datos son “preocupantes”, puesto que nos encontramos ante un incremento del 18,7 por ciento en el número de casos con respecto al mismo periodo de 2016.

El problema reside en que, en numerosas ocasiones, existen conductas que terminan normalizándose; tales como controlar los horarios de la pareja, decirle qué tipo de vestimenta debe llevar y cuál no o impedirle que vea a determinadas amistades. Según el último estudio del Ministerio de Sanidad sobre ‘Percepción de violencia de género en la adolescencia y Juventud’, uno de cada tres jóvenes encuestados, de entre 15 y 29 años, justifica algunos de los comportamientos anteriormente descritos; considerándolos “aceptables” o “inevitables”…

Ante el panorama descrito, la Fiscalía exhorta a las administraciones competentes la “necesidad” de que adopten medidas, con el fin de garantizar en el ámbito pedagógico una transmisión de valores basados en “el respeto y la no discriminación”. La mayoría de los expertos sostienen la misma teoría: la importancia de que los niños aprendan a relacionarse sin cuestionarse estereotipos de género. ¿Cómo? La base radica en educar para la igualdad e intentar combatir los micromachismos tan arraigados en la sociedad y que, por desgracia, en numerosas ocasiones pasan completamente desapercibidos. El proceso debe comenzar en su infancia, desde el momento en el que acuden a la escuela; de ese modo la prevención de la violencia de género será más efectiva. Se trata de poner el acento en el papel de los centros educativos. El Pacto de Estado contra la violencia de género, aprobado la semana pasada en el Congreso de los Diputados, hace referencia al aspecto docente. Entre las medidas que se pretenden llevar a cabo, destacamos la formación del profesorado, de manera que se introduzca una materia específica dentro de los estudios universitarios. En cuanto a la dirección de los colegios, deberán incluir en su proyecto contenidos sobre igualdad y violencia machista, así como protocolos de detección del maltrato. También, está previsto que los libros de historia incorporen, dentro de su temario, el Movimiento Feminista.

 

Pacto de Estado Contra la Violencia de Género

El Pacto está compuesto por un informe, elaborado por la Subcomisión de Igualdad, que consta de 213 medidas que engloban los ámbitos institucional, educativo, judicial o laboral. Las disposiciones, también, están encaminadas a visibilización, prevención, asistencia y protección de las víctimas, de sus hijos, de los huérfanos y de aquellas madres de los menores asesinados por sus parejas o exparejas.

Teléfono de atención a la mujer maltratada. / Europapress.es

La seguridad de las víctimas se verá incrementada con la creación de unidades policiales especializadas que presten atención, las veinticuatro horas del día a lo largo de todo el año. El documento no deja de lado las injurias y calumnias procesadas a través de las redes sociales: plataformas que, sin duda alguna, han facilitado el incremento de este tipo de delitos.

Se trata del primer Pacto de Estado conseguido en España desde el 2000, momento en el que las bases políticas sentaron las bases del fin de ETA. El Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad  estipula que el documento se presentará oficialmente por parte del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el 25 de noviembre; coincidiendo con el día contra la violencia machista. ¿Cómo velar por el cumplimiento de las medidas que se adopten? Fuentes del Gobierno afirman que una Comisión vigilará de forma exhaustiva que el pacto se desarrolle correctamente, evitando que se quede en un mero acuerdo de intenciones.

Mientras, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, puesto que significaría ponernos del lado de la ‘sinrazón’…

Si conoces a alguien de tu entorno que puede estar sufriendo malos tratos o presencias un acto de violencia de género: pide ayuda. No mires a otro lado, no te conviertas en “cómplice”: ¡Actúa!

 



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