13 diciembre 2017 | Muerta en vida: Cuando sientes “dolor en el alma” |
Un día, Diego la propuso casarse por lo civil. Ella, sin pensárselo dos veces, aceptó. “Teniendo una hija, consideré que era lo más acertado”, asiente. El enlace fue rápido y discreto. El sueño de Ángela de vestirse de blanco e ir del brazo de su padre hasta el altar se hizo pedazos. No obstante, decidió avisar a sus familiares más allegados para que fueran partícipes del acontecimiento. Su padre, emocionado ante tal noticia, no lo dudó ni un instante y fue el único que quiso estar presente ese día. A pesar de que todos ignoraban la situación en la que se hallaba la protagonista, víctima de malos tratos, no aceptaban a Diego y tenían claro que no iban a integrarle en su entorno.
Ángela preparó una cena especial para celebrar su “noche de bodas” y trató de ambientar la casa con un toque romántico: velas, pétalos sobre la cama, música de fondo… Aprovechó la ausencia de Diego, que iba a ir a ver un partido de fútbol con unos amigos, para poder preparar todo y tenerlo a punto cuando llegase. La niña se quedó a dormir con sus suegros por lo que, a priori, nada ni nadie podía interrumpirles la velada.
Antes de lo esperado, Diego llegó a casa. Un tremendo portazo, que hizo vibrar los cristales de la galería que comunicaba con la cocina, alertó de su presencia. Ángela se dirigió al salón para recibirle. Nada más verla montó en cólera y se puso a gritar. “¿Para qué cojones has invitado a tu familia a nuestra boda sin consultarme? Te gusta sacarme de mis casillas, ¿eh?”, voceó mientras cogía los objetos que iba encontrando en su camino y se los arrojaba. Ella no sabía cómo resguardarse, se agachó y anduvo a gatas para refugiarse tras el sofá. Él fue a su encuentro, la tendió la mano para que se incorporara y, acto seguido, le propinó un puñetazo en la cara. Ángela no logró esquivarlo, pero se mantuvo en pie. Corrió hacia el baño y puso el pestillo. Su corazón latía a un ritmo frenético. “No sabía qué hacer. Estaba colapsada y mi cuerpo no me respondía”, explica entre profundos suspiros; mientras recuerda la imagen de Diego aporreando la puerta del servicio, cada vez con mayor intensidad. Finalmente, consiguió derribarla… Durante unos minutos interminables, su marido le dio una patada tras otra. “Creí que me iba a matar, pero finalmente paró y se fue de casa”.
La entrevistada permaneció tendida en el suelo. La paliza la había dejado una gran mella física. Intentó utilizar la bañera para erguirse, pero era incapaz de articular movimiento alguno. “Por primera vez tuve un sentimiento que desconocía hasta ese momento: Me dolía el alma…Sigo sin saber describir con palabras aquella sensación que, por desgracia, se ha reiterado en mi vida en más ocasiones”. Esa noche “durmió” en el cuarto de baño. El agotamiento, la ansiedad y el estado de alerta al que estuvo sometida la pasaron factura.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, Diego regresó a casa cargado de bolsas. “¿Dónde está mi reina?”, preguntó con voz dulce mientras tarareaba una canción. Ángela, pese a las molestias y los pinchazos que recorrían por todo su cuerpo, pegó un brinco y abrió el grifo para transmitir normalidad. Iba a refrescarse la cara, pero cuando se miró al espejo se quedó estupefacta… Su ojo izquierdo estaba hinchado, prácticamente cerrado, y tenía restos de sangre seca por todo el rostro. Su marido entró y, sin que la diera tiempo a reaccionar, notó un beso en su mejilla. “Cariño, ¿qué haces todavía así vestida? Vamos a la cocina, que he comprado chocolate con churros para la esposa más bella del universo”, afirmó sonriente. Nuestra protagonista se dispuso a desayunar y, pese a que no tenía fuerzas ni siquiera para articular palabra alguna, hizo un esfuerzo y le dijo: “Ayer casi me matas. Esto no puede seguir así…”. Diego, entre caricias, y con voz dulce le explicó que era por su bien, que tenía miedo a perderla por culpa de su familia. Ángela le pidió volver a ver a su padre, recuperar el contacto con sus amigas de toda la vida; sobre todo con Fátima. Su marido no puso objeción alguna… “De acuerdo, puedes retomar el contacto con tu antigua pandilla y ver a tu padre; pero primero recupérate un poco… No quiero que vean a mi reina así…”, sostuvo. Actuaba como que nada hubiese ocurrido. Su actitud dulcificada trataba de enmascarar la fiera que apenas diez horas antes podía haber terminado con su vida…
El tiempo hizo que las heridas visibles cicatrizasen. Diego se ocupó de que su mujer no saliese de casa a llevar al colegio a su hija, ni siquiera a comprar el pan. Llamó a sus padres para que se hicieran cargo de la Laura unos días, argumentando que Ángela se había resbalado en la ducha y que el médico le había aconsejado reposo. “Ahora, sin la venda que cubría mis ojos, soy capaz de analizar con más claridad el pasado. Me tenía acorralada, es una persona calculadora y siempre va un paso por delante”, explica con la mirada perdida.
Transcurrieron aproximadamente dos semanas “en calma”, tiempo que Ángela aprovechó para intentar retomar el contacto con dos de sus mejores amigas de la infancia y con su padre. Aunque no les narraba absolutamente nada de lo que la estaba sucediendo, el oír su voz y charlar sobre cosas anecdóticas le conferían un chute de energía. Los malos tratos se fueron reavivando de manera progresiva. Los hábitos de Diego cambiaron. “Aparecía en casa a las tantas borracho y me despertaba porque quería sexo. Ante mi negativa, se ponía violento y empezaba a darme bofetadas y a zarandearme como si fuese un objeto”, relata. La protagonista admite que no quería mantener relaciones sexuales ante esa situación y menos sin utilizar ningún método anticonceptivo. Intentaba evitar que la tocara, pero él comenzaba a desnudarla en contra de su voluntad y, en ocasiones, ante tal resistencia, sacaba una navaja del pantalón y la amenazaba con matarla…
Tras casi nueve años de convivencia, tuvo lugar un episodio que marcó un antes y un después en esta relación tóxica. Fue la gota que colmó el vaso…
Diego apareció en casa al mediodía, antes de la hora habitual a la que comían. “Hoy no he ido a trabajar. Me he tomado la mañana libre para ver qué hacías y he comprobado que me estás poniendo los cuernos, zorra. ¿Creías que no te iba a ver hablando en el supermercado con el vecino? Por eso te gusta hacer tanto la compra, guarra.”, vociferó Diego delante de la hija de ambos. Ángela le intentó explicar que el hombre estaba casado y era el marido de una de las madres del colegio, pero sin poder terminar la frase, vio como cogió un cuchillo situado encima de la mesa y se dirigió hacia ella. “Se acabó, te lo he dado todo y, ¿es así como me lo pagas?”. La menor se puso a llorar y comenzó a gritar: “Papá, deja a mamá, no le hagas daño”. Pero él hizo caso omiso… La dio un empujón contra la pared y la abofeteó incesantemente. Arrojó el arma blanca por los aires y tomó un palo de trekking, que vio en el paragüero. Continuó apaleándola sin compasión alguna, hasta que Laura se interpuso entre los dos. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre su madre para protegerla, mientras la abrazaba temblorosa y entre llantos. Diego se detuvo y de la rabia golpeó la vitrina del mueble del salón rompiendo prácticamente todo el ajuar que Ángela conservaba con especial cariño… Acto seguido, se oyó la cerradura de la puerta principal. La entrevistada pidió a la niña que le pasara el móvil y marcó el número de una de sus amigas, a quien pidió que se acercara con el coche cuanto antes hasta su domicilio. Mientras hablaba observó aquella escena: a su hija de ocho años desolada y de rodillas, rodeada de trozos de cristal… “Esa imagen hizo que brotara en mí la vitalidad necesaria para moverme, a pesar de no tenerme en pie”. La protagonista echó la cadena, por si Diego regresaba.
Sonó el timbre… Antes de abrir se aseguró, a través de la mirilla, de quien llamaba. Era Fátima, acompañada de su marido. Su amiga no daba crédito a lo que estaba viendo, pero no era momento de explicaciones. Ángela le pidió que la acompañara al centro de salud y que llevara a la niña con su abuelo. Ese día no fue la vitrina lo único que se hizo pedazos…
En la mente de Ángela transitaban multitud de sentimientos enfrentados: vergüenza, vacío, humillación… Acudió al centro de salud junto a su amiga, quien no se separó de ella ni un instante. Tras contar todo lo sucedido al médico de familia, éste le derivó al hospital para que la realizaran las pruebas pertinentes y, de ese modo, cerciorarse de la repercusión interna de los golpes sufridos. Estaba llena de heridas, cicatrices, moratones de todos los colores… Tenía al menos dos costillas rotas, que la dificultaban respirar; pero, en ese momento, su mayor fractura resultaba invisible a los ojos de cualquier persona. “No paraba de pensar en mi hija. Verla así fue la mayor de mis heridas, la más dolorosa”, asegura. Decidió ir a Comisaría y denunciar a Diego. “Me aseguró en reiteradas ocasiones que si algún día hablaba me mataría, pero solo me importaba el bienestar de Laura. No podía tolerar que viviera en esas condiciones”.
Su móvil comenzó a sonar, al sacarlo del bolso observó que tenía numerosas llamadas perdidas y WhatsApps de Diego, pero los obvió. Su decisión ya estaba tomada y “no había vuelta atrás”. La Guardia Civil, después de valorar el nivel de riesgo de Ángela, acudió al domicilio conyugal para arrestarle. Pasó la noche en calabozos hasta que se celebró, al día siguiente, el juicio rápido. Fátima contó a la familia de Ángela todo lo ocurrido. Todos se sentían culpables por no haber sospechado nunca nada, ni percibir el más mínimo indicio de violencia…
El fallo judicial dictaminó, hace apenas 13 meses, la guardia y custodia de los hijos a la madre, una orden de alejamiento de 300 metros y la prohibición de comunicarse con ella. La protagonista considera que las medidas cautelares no son suficientes. Confiesa sentir miedo y falta de protección. “Voy por la calle mirando hacia atrás. Pienso que en cualquier momento puede venir a por mí”. Diego ya se ha saltado la orden de alejamiento varias veces, pero no tiene pruebas para demostrarlo… “Me ha enviado mensajes para pedirme una segunda oportunidad, pero como bien dice mi psicóloga: la oportunidad me la tengo que dar primero a mí misma”.
La entrevistada necesita asimilar muchas cosas e intentar reencontrarse con aquella chica de 21 años extrovertida, risueña, que solo pensaba en “comerse el mundo” … En estos momentos, se encuentra volcada en su hija, quien acude a terapia. “Temo que le queden secuelas, después todo lo vivido”. Tras horas de entrevista, Ángela tuvo que despedirse, ya que tenía que asistir a una sesión de grupo con otras mujeres víctimas de violencia de género.
“Aunque no lo creas agradezco mucho haber charlado. Me viene bien desahogarme, lo necesito. Parece que lo voy superando, pero aún tengo mucho peso sobre mis espaldas, un peso que debo descargar si quiero seguir adelante y no sentirme muerta en vida”.