30 diciembre 2017

Muerta en vida


Capítulo 1: Bajo la piel de un “príncipe azul”

Mujer víctima de violencia de género, imagen vía ABC.es

Ángela (nombre ficticio) ha decidido contar a Aclad sus vivencias como víctima de violencia de género. Su finalidad es clara: “Quiero ayudar, en la medida de lo posible, a todas aquellas mujeres que están sufriendo un auténtico calvario, el mismo por el que he pasado yo”, afirma con convicción.

Al inicio de la conversación transmitía una actitud hermética. Parecía llevar consigo una coraza, con la que protegerse de sus aún patentes miedos. Tras recibir indicaciones sobre este reportaje, realizado bajo el más riguroso anonimato y respetando sus condiciones, de forma paulatina, no quedaba ya nada de aquella persona con carácter aparentemente férreo y distante que apenas 20 minutos antes había entrado por la puerta…

“Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”

Ángela comenzó la relación con su exmarido Diego (nombre ficticio) a los 21 años. “Era una persona encantadora, muy romántica y detallista: como un príncipe azul”, explica con detalle. La protagonista tuvo un noviazgo de cuatro años con este hombre. “Estaba muy enamorada de él, tanto que no veía la realidad”, afirma con rabia. Su pareja no la dejaba sola ni un instante, algo que a su familia le agradaba. “Qué buen yerno voy a tener, siempre pendiente de mi hija”, comentaba con frecuencia su padre; puesto que Ángela describe que Diego “era muy protector”. Ella estudiaba en la universidad y los fines de semana trabajaba de camarera, para así poder ayudar con los gastos de casa. Su novio permanecía en el bar de copas hasta el cierre y, a continuación, la acompañaba hasta su portal.

Con el paso del tiempo, sus amigas le dijeron que la notaban rara: vestía de forma más recatada, ya no era tan dicharachera y siempre daba largas a la hora de quedar para dar una vuelta o tomar algo… “Un día me preguntaron por el motivo de mi enfado”, confiesa. Pero la realidad era que no existía enojo alguno hacia ninguna de ellas, sino que Diego la aíslo completamente de todo su entorno y, también, la dijo en varias ocasiones que no vistiese tan extravagante porque parecía una furcia. “Solo me quería para él y ese comportamiento lo veía como una muestra de puro amor: de esos de película. Ahora es cuando me doy cuenta de todo lo que ha llegado a manipularme”.

La capacidad de transformar los “síes” en “noes”

Tras casi cuatro años de noviazgo decidieron irse a vivir juntos. Ángela ya había finalizado su carrera y encontró un trabajo relacionado con sus estudios. La empresa optó por realizarle un contrato indefinido, noticia que Diego no recibió con el júbilo que ella esperaba. “Fui corriendo a contarle la gran noticia pero, sin apenas escuchar todas las condiciones, me dijo que rechazara la propuesta porque con los ingresos que él generaba nos sobraba para vivir de forma airosa”. Él le argumentó que siempre habían soñado con tener hijos, por lo que si ambos trabajaban iba a ser complejo compaginar la vida familiar con la laboral. Asimismo, incidió en el hecho de que su jornada implicaba estar mucho tiempo fuera de casa y, como consecuencia, terminarían coincidiendo únicamente al final del día. Diego insistió en que era su reina y quería que viviera como tal. La protagonista reconoce que su novio era tan convincente y tenía tal poder sobre ella que era capaz de transformar sus “síes” en “noes” en cuestión de minutos. Su familia no comprendió tal decisión, máxime cuando el sueño de Ángela siempre había sido ejercer en algo relacionado con su titulación… Este hecho generó disputas, sobre todo con su madre, quien comenzó a desaprobar la actitud de su “yerno”. Veía que existía una relación “tóxica” y describía a su hija como “una marioneta que no era capaz de discernir, por sí misma, cómo tomar las riendas de su vida”. Ésto llegó a los oídos de Diego y fue tal su enfado que esos comentarios generaron un punto de inflexión en la armoniosa relación que mantenía con su familia política. “A partir de ese momento, siempre ponía trabas cuando le proponía visitarles. Ahora caigo en la cuenta de que me apartó de manera premeditada de ellos”, narra mientras comienzan a aflorarle lágrimas de sus ojos.

Al poco tiempo, Ángela se quedó embarazada. No tenía que guardar reposo alguno, puesto que todo marchaba bien; aún así apenas salía de casa en todo el día. Se dedicaba a realizar las labores del hogar; pero siempre estaba sola. En pocas ocasiones se puso en contacto con sus padres y hermanos, todo por miedo a represalias por parte de Diego… Un día la escuchó hablando con su madre y fue tal su enfado que la quitó el teléfono de las manos y colgó. “Se puso histérico y comenzó a dar puñetazos a la pared y a decirme que no le quería, que cómo podía seguir en contacto con una mujer que trataba de romper nuestra relación”.

Pese a su agresividad, desde que comenzaron su noviazgo, no le puso la mano encima en ninguna ocasión. Todos los hechos vividos se podrían catalogar como lo que los expertos denominan episodios de maltrato psicológico: chantajes, control, amenazas…

“Mi reina, no volverá a pasar…”

Los meses transcurrieron rápidamente y su pequeña Laura (nombre ficticio) llegó al mundo. Durante los primeros tres años la niña fue un motivo de ilusión y unión para la pareja, hasta que un día se produjo un suceso que cambió el rumbo de los acontecimientos… Cayó la noche y, como era habitual, Ángela estaba esperando a que Diego llegase de trabajar. Tenía todo a punto: la cena en la mesa y a Laura ya acostada. En esta ocasión, su habitual puntualidad brillaba por su ausencia. Optó por llamarle, pero su buzón de voz saltaba continuamente. “Comencé a preocuparme… Era casi la una de la madrugada y él siempre, ante cualquier imprevisto, me avisaba de que iba a llegar tarde. Se me ocurrió contactar con su compañero de trabajo, cuando de repente Diego apareció por la puerta.

Tras la respuesta, él le quitó el móvil de las manos y con amabilidad, e incluso entre bromas, se despidió de su compañero. Todo parecía normal, pero lo “inhumano” estaba aún por llegar… Al colgar, Diego comenzó a gritar como un energúmeno: “¿Qué pasa?, ¿has aprovechado que no estaba en casa para intentarte tirar a Félix “el soltero de oro” ?, ¿yo no te doy todo lo que tú quieres? Contesta, puta golfa…”. Ángela intentó explicarle lo acontecido, pero él no escuchaba e iba elevando su voz cada vez con mayor intensidad. De repente, la agarró con una fuerza descomunal del brazo, la empujó y fue tal la energía que brotó de su corpulento cuerpo que la tiró al suelo. La protagonista de este testimonio le pedía perdón incesantemente. “No sabía qué hacer, me bloqueé. Pensaba que llegados a esa situación su cólera había terminado”. Pero nada más lejos de la realidad, puesto que empezó a darle patadas en el costado, mientras le escupía y llamaba guarra. De repente, Laura se puso a llorar. Diego levantó a su pareja tirándola del pelo, sin el más mínimo escrúpulo, y la condujo a la habitación de la pequeña gritándola: “No vales ni para cuidar hijos. Eres una inútil”.

Acto seguido, se fueron a “dormir”, aunque Ángela no logró conciliar el sueño en toda la noche. Sus ojos permanecieron abiertos como platos. Se encontraba en shock, en estado de alerta… El tiempo transcurría tan lentamente que los segundos parecían horas, como que las agujas del reloj se hubiesen parado…

Finalmente, sonó el despertador. “Yo decidí hacerme la dormida. Lo curioso es que él, como cada mañana, se dio media vuelta y comenzó a abrazarme y a darme besos como que no hubiese sucedido nada…”, afirma entre suspiros.

Ángela continuó petrificada, no se atrevía a mirarle a los ojos. Sentía una mezcla de dudas, miedo, impotencia… Sin pensárselo dos veces, se levantó de la cama y le preguntó: “¿Qué te pasó ayer, por qué me pegaste?”. Él caminó lentamente hacia ella, sostuvo con delicadeza sus manos y con mirada de arrepentimiento le dijo: “Estabas tonteando con Félix y sé que ese tío siempre te ha parecido atractivo. Mi reina, no te enfades, entiéndeme… Sabes que no quiero perderte. No volverá a pasar”, concluyó con una leve sonrisa en su rostro y dándole un beso en la frente.

“Si le denunciaba, pensaba que mi hija nunca me perdonaría haber metido a su padre en la cárcel”

Por desgracia, sus palabras cayeron en saco roto… Con el paso del tiempo, la situación no se recondujo, sino que el ambiente cada vez se presentaba más turbio. Los insultos se normalizaron en el día a día. “Me llamaba zorra, guarra, me decía que no valía para nada, que era una vergüenza, que no sabía ni cocinar…”, detalla la protagonista. Y esas faltas de respeto ya siempre iban acompañadas de golpes, empujones, patadas, bofetadas… “Yo, al principio, cuando empezaba a alterarse trataba de calmarle, pero me di cuenta de que dijera una cosa u otra el efecto era el mismo; por lo que opté por callarme y aguantar lo que me viniera”. Y es que Ángela estaba convencida de que ella tenía, en gran parte, la culpa de lo que estaba sucediendo y, por ello, justificaba el comportamiento de la que en ese momento era su pareja.

Los días no transcurrían “en balde”. Las heridas visibles y las no tan perceptibles la iban pasando factura. Cada vez estaba más delgada no le apetecía comer y, como consecuencia, carecía de fuerza física. También, el hecho de no poder desahogar su angustia y contar su situación a alguien le confería un plus de inestabilidad. “Hubiese sido muy fácil coger el móvil y llamar a algún familiar o amigo para pedir ayuda, pero me daba vergüenza. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? No quería que nadie se enterase”.

Denunciar no entraba, ni por asomo, en sus planes. “¿Cómo iba a hacer eso? El día de mañana, mi hija nunca me perdonaría el haber metido a su padre en la cárcel”, explica la entrevistada quien añade que “no tenía nada ni a nadie tampoco para separarme, ¿de qué iba a vivir? Sin trabajo, sin hablarme con mi familia, sin casa…”. Ángela comenzó a sentirse mal en el transcurso de la entrevista, sus lágrimas se convirtieron en sollozos y empezó a hiperventilar. Aseguró encontrase bien para continuar con su testimonio, por lo que tras beber un poco de agua prosiguió…

 

Capítulo 2: Cuando sientes “dolor en el alma”

Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género. / msssi.gob.es

Un día, Diego la propuso casarse por lo civil. Ella, sin pensárselo dos veces, aceptó. “Teniendo una hija, consideré que era lo más acertado”, asiente. El enlace fue rápido y discreto. El sueño de Ángela de vestirse de blanco e ir del brazo de su padre hasta el altar se hizo pedazos. No obstante, decidió avisar a sus familiares más allegados para que fueran partícipes del acontecimiento. Su padre, emocionado ante tal noticia, no lo dudó ni un instante y fue el único que quiso estar presente ese día. A pesar de que todos ignoraban la situación en la que se hallaba la protagonista, víctima de malos tratos, no aceptaban a Diego y tenían claro que no iban a integrarle en su entorno.

Ángela preparó una cena especial para celebrar su “noche de bodas” y trató de ambientar la casa con un toque romántico: velas, pétalos sobre la cama, música de fondo… Aprovechó la ausencia de Diego, que iba a ir a ver un partido de fútbol con unos amigos, para poder preparar todo y tenerlo a punto cuando llegase. La niña se quedó a dormir con sus suegros por lo que, a priori, nada ni nadie podía interrumpirles la velada.

Antes de lo esperado, Diego llegó a casa. Un tremendo portazo, que hizo vibrar los cristales de la galería que comunicaba con la cocina, alertó de su presencia. Ángela se dirigió al salón para recibirle. Nada más verla montó en cólera y se puso a gritar. “¿Para qué cojones has invitado a tu familia a nuestra boda sin consultarme? Te gusta sacarme de mis casillas, ¿eh?”, voceó mientras cogía los objetos que iba encontrando en su camino y se los arrojaba. Ella no sabía cómo resguardarse, se agachó y anduvo a gatas para refugiarse tras el sofá. Él fue a su encuentro, la tendió la mano para que se incorporara y, acto seguido, le propinó un puñetazo en la cara. Ángela no logró esquivarlo, pero se mantuvo en pie. Corrió hacia el baño y puso el pestillo. Su corazón latía a un ritmo frenético. “No sabía qué hacer. Estaba colapsada y mi cuerpo no me respondía”, explica entre profundos suspiros; mientras recuerda la imagen de Diego aporreando la puerta del servicio, cada vez con mayor intensidad. Finalmente, consiguió derribarla… Durante unos minutos interminables, su marido le dio una patada tras otra. “Creí que me iba a matar, pero finalmente paró y se fue de casa”.

La entrevistada permaneció tendida en el suelo. La paliza la había dejado una gran mella física. Intentó utilizar la bañera para erguirse, pero era incapaz de articular movimiento alguno. “Por primera vez tuve un sentimiento que desconocía hasta ese momento: Me dolía el alma…Sigo sin saber describir con palabras aquella sensación que, por desgracia, se ha reiterado en mi vida en más ocasiones”. Esa noche “durmió” en el cuarto de baño. El agotamiento, la ansiedad y el estado de alerta al que estuvo sometida la pasaron factura.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, Diego regresó a casa cargado de bolsas. “¿Dónde está mi reina?”, preguntó con voz dulce mientras tarareaba una canción. Ángela, pese a las molestias y los pinchazos que recorrían por todo su cuerpo, pegó un brinco y abrió el grifo para transmitir normalidad. Iba a refrescarse la cara, pero cuando se miró al espejo se quedó estupefacta… Su ojo izquierdo estaba hinchado, prácticamente cerrado, y tenía restos de sangre seca por todo el rostro. Su marido entró y, sin que la diera tiempo a reaccionar, notó un beso en su mejilla. “Cariño, ¿qué haces todavía así vestida? Vamos a la cocina, que he comprado chocolate con churros para la esposa más bella del universo”, afirmó sonriente. Nuestra protagonista se dispuso a desayunar y, pese a que no tenía fuerzas ni siquiera para articular palabra alguna, hizo un esfuerzo y le dijo: “Ayer casi me matas. Esto no puede seguir así…”. Diego, entre caricias, y con voz dulce le explicó que era por su bien, que tenía miedo a perderla por culpa de su familia. Ángela le pidió volver a ver a su padre, recuperar el contacto con sus amigas de toda la vida; sobre todo con Fátima. Su marido no puso objeción alguna… “De acuerdo, puedes retomar el contacto con tu antigua pandilla y ver a tu padre; pero primero recupérate un poco… No quiero que vean a mi reina así…”, sostuvo. Actuaba como que nada hubiese ocurrido. Su actitud dulcificada trataba de enmascarar la fiera que apenas diez horas antes podía haber terminado con su vida…

Relaciones sexuales “a punta de navaja”

El tiempo hizo que las heridas visibles cicatrizasen. Diego se ocupó de que su mujer no saliese de casa a llevar al colegio a su hija, ni siquiera a comprar el pan. Llamó a sus padres para que se hicieran cargo de la Laura unos días, argumentando que Ángela se había resbalado en la ducha y que el médico le había aconsejado reposo. “Ahora, sin la venda que cubría mis ojos, soy capaz de analizar con más claridad el pasado. Me tenía acorralada, es una persona calculadora y siempre va un paso por delante”, explica con la mirada perdida.

Transcurrieron aproximadamente dos semanas “en calma”, tiempo que Ángela aprovechó para intentar retomar el contacto con dos de sus mejores amigas de la infancia y con su padre. Aunque no les narraba absolutamente nada de lo que la estaba sucediendo, el oír su voz y charlar sobre cosas anecdóticas le conferían un chute de energía. Los malos tratos se fueron reavivando de manera progresiva. Los hábitos de Diego cambiaron. “Aparecía en casa a las tantas borracho y me despertaba porque quería sexo. Ante mi negativa, se ponía violento y empezaba a darme bofetadas y a zarandearme como si fuese un objeto”, relata. La protagonista admite que no quería mantener relaciones sexuales ante esa situación y menos sin utilizar ningún método anticonceptivo. Intentaba evitar que la tocara, pero él comenzaba a desnudarla en contra de su voluntad y, en ocasiones, ante tal resistencia, sacaba una navaja del pantalón y la amenazaba con matarla…

“Papá, deja a mamá, no le hagas daño”

Tras casi nueve años de convivencia, tuvo lugar un episodio que marcó un antes y un después en esta relación tóxica. Fue la gota que colmó el vaso…

Diego apareció en casa al mediodía, antes de la hora habitual a la que comían. “Hoy no he ido a trabajar. Me he tomado la mañana libre para ver qué hacías y he comprobado que me estás poniendo los cuernos, zorra. ¿Creías que no te iba a ver hablando en el supermercado con el vecino? Por eso te gusta hacer tanto la compra, guarra.”, vociferó Diego delante de la hija de ambos. Ángela le intentó explicar que el hombre estaba casado y era el marido de una de las madres del colegio, pero sin poder terminar la frase, vio como cogió un cuchillo situado encima de la mesa y se dirigió hacia ella. “Se acabó, te lo he dado todo y, ¿es así como me lo pagas?”. La menor se puso a llorar y comenzó a gritar: “Papá, deja a mamá, no le hagas daño”. Pero él hizo caso omiso… La dio un empujón contra la pared y la abofeteó incesantemente. Arrojó el arma blanca por los aires y tomó un palo de trekking, que vio en el paragüero. Continuó apaleándola sin compasión alguna, hasta que Laura se interpuso entre los dos. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre su madre para protegerla, mientras la abrazaba temblorosa y entre llantos. Diego se detuvo y de la rabia golpeó la vitrina del mueble del salón rompiendo prácticamente todo el ajuar que Ángela conservaba con especial cariño… Acto seguido, se oyó la cerradura de la puerta principal. La entrevistada pidió a la niña que le pasara el móvil y marcó el número de una de sus amigas, a quien pidió que se acercara con el coche cuanto antes hasta su domicilio. Mientras hablaba observó aquella escena: a su hija de ocho años desolada y de rodillas, rodeada de trozos de cristal… “Esa imagen hizo que brotara en mí la vitalidad necesaria para moverme, a pesar de no tenerme en pie”. La protagonista echó la cadena, por si Diego regresaba.

Sonó el timbre… Antes de abrir se aseguró, a través de la mirilla, de quien llamaba. Era Fátima, acompañada de su marido. Su amiga no daba crédito a lo que estaba viendo, pero no era momento de explicaciones. Ángela le pidió que la acompañara al centro de salud y que llevara a la niña con su abuelo. Ese día no fue la vitrina lo único que se hizo pedazos…

“Ver a mi hija así fue la herida más dolorosa”

En la mente de Ángela transitaban multitud de sentimientos enfrentados: vergüenza, vacío, humillación… Acudió al centro de salud junto a su amiga, quien no se separó de ella ni un instante. Tras contar todo lo sucedido al médico de familia, éste le derivó al hospital para que la realizaran las pruebas pertinentes y, de ese modo, cerciorarse de la repercusión interna de los golpes sufridos. Estaba llena de heridas, cicatrices, moratones de todos los colores… Tenía al menos dos costillas rotas, que la dificultaban respirar; pero, en ese momento, su mayor fractura resultaba invisible a los ojos de cualquier persona. “No paraba de pensar en mi hija. Verla así fue la mayor de mis heridas, la más dolorosa”, asegura. Decidió ir a Comisaría y denunciar a Diego. “Me aseguró en reiteradas ocasiones que si algún día hablaba me mataría, pero solo me importaba el bienestar de Laura. No podía tolerar que viviera en esas condiciones”.

Su móvil comenzó a sonar, al sacarlo del bolso observó que tenía numerosas llamadas perdidas y WhatsApps de Diego, pero los obvió. Su decisión ya estaba tomada y “no había vuelta atrás”. La Guardia Civil, después de valorar el nivel de riesgo de Ángela, acudió al domicilio conyugal para arrestarle. Pasó la noche en calabozos hasta que se celebró, al día siguiente, el juicio rápido. Fátima contó a la familia de Ángela todo lo ocurrido. Todos se sentían culpables por no haber sospechado nunca nada, ni percibir el más mínimo indicio de violencia…

“Las medidas cautelares no son suficientes”

El fallo judicial dictaminó, hace apenas 13 meses, la guardia y custodia de los hijos a la madre, una orden de alejamiento de 300 metros y la prohibición de comunicarse con ella. La protagonista considera que las medidas cautelares no son suficientes. Confiesa sentir miedo y falta de protección. “Voy por la calle mirando hacia atrás. Pienso que en cualquier momento puede venir a por mí”. Diego ya se ha saltado la orden de alejamiento varias veces, pero no tiene pruebas para demostrarlo… “Me ha enviado mensajes para pedirme una segunda oportunidad, pero como bien dice mi psicóloga: la oportunidad me la tengo que dar primero a mí misma”.

La entrevistada necesita asimilar muchas cosas e intentar reencontrarse con aquella chica de 21 años extrovertida, risueña, que solo pensaba en “comerse el mundo” … En estos momentos, se encuentra volcada en su hija, quien acude a terapia. “Temo que le queden secuelas, después todo lo vivido”. Tras horas de entrevista, Ángela tuvo que despedirse, ya que tenía que asistir a una sesión de grupo con otras mujeres víctimas de violencia de género.

“Aunque no lo creas agradezco mucho haber charlado. Me viene bien desahogarme, lo necesito. Parece que lo voy superando, pero aún tengo mucho peso sobre mis espaldas, un peso que debo descargar si quiero seguir adelante y no sentirme muerta en vida”.




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